domingo, octubre 16, 2005

COBARDÍA

En experiencias tan insignificantes como las de un niño se pueden encarnar problemas irreparables para el hombre.

Eran las diez y treinta de la mañana. Los treinta y siete grados de temperatura sofocaban aún más su cuerpo cansado por el viaje desde la también calurosa Piura. Al bajar del avión el panorama frente a él era simplemente hermoso. El cielo totalmente claro, el sol radiante, la abundante vegetación y la tierra roja marcaron en aquel niño una imagen inolvidable.Llevaba tres horas en aquella ciudad y ya se había aclimatado, el hotel era raro pero acorde a la ciudad, la graciosa forma de hablar de los oriundos le encantaba y la comida era para él un delicioso manjar jamás antes probado.
Al día siguiente de su llegada, su madre lo llevó a conocer su nuevo recinto de estudios.Las clases en el colegio ya habían comenzado. Durante el tiempo que su madre conversó con el director, Julito observó y analizó cada aula, cada patio, cada profesor, cada pedazo de tierra de su nueva escuela. De reojo miraba atentamente sus nuevos compañeros, cómo se comportaban, qué juegos tenían, qué tan educados eran y por supuesto qué tan mal hablaban. Su carácter siempre inquieto y burlón le había despertado un espíritu de investigación sobre cada uno de los detalles de sus nuevos amigos. Cuando su madre terminó la conversación con el docente, y partía con Julito hacía el hotel, del aula más lejana salió con rumbo a la dirección del plantel, el ser más bello que este niño había visto en su corta vida. De largos y rizados cabellos dorados, piel trigueña y hermosos ojos aparecía ante él, la niña de sus sueños, en realidad, a partir de allí se convirtió en la mujer sus sueños.
Eran las siete de la mañana de su tercer día en Orellana. Julito ya cambiado con su nuevo uniforme, estaba dispuesto y más motivado que nunca para ir a la escuela. Al llegar al colegio ubicó su salón. Eras el sexto “B” de primaria, el aula más lejana del colegio, la última; pero eso a él no le importaba, estaba feliz pues sabía que allí encontraría a aquella preciosa niña. Al entrar en el aula, el bullicio calló, las miradas se volvieron contra él, comenzaron las murmuraciones; y la interminables gotas de sudor caían de su frente. El profesor entró y lo presentó, la vergüenza lo estaba invadiendo, el tutor le asignó su lugar y él procedió a sentarse. Durante toda la clase observó y admiró a su nueva compañera de aula, Karina, la hermosa niña que al parecer también se había fijado en él. Al finalizar las dos primeras horas de clase, Julito se propuso acercarse a la niña y entablar una conversación, que según él terminaría con una invitación a la heladería del hotel. Terminó el recreo y nuca se levantó de su carpeta, la cobardía le ganó la partida.
Siguieron dos largas y aburridas horas de matemáticas, durante las cuales intercambiaron miradas y sonrisas, pero nunca palabras. En el siguiente recreo se trazó la misma meta. Esta vez se levantó, se dirigió a ella y cuando los grandes y verdes ojos de Karina se posaron sobre él, cambió de rumbo y entabló conversación con el que tiempo después sería su mejor amigo. Terminado el tiempo libre y frustrado por su incapacidad decidió trazarse nuevamente la meta, esta vez para la salida. El timbre sonó y como es común, todos salieron corriendo, a excepción de Karina que al parecer intuía lo que quería hacer Julito. Él recogió sus cosas mientras la miraba con miedo, ella se arreglaba el pelo como preparándose para el encuentro, ambos alargaban cada uno de sus movimientos, como para hacer interminable el momento. Julito enrumbó hacía la primera carpeta donde se encontraba ella, respiró profundo, la miró y faltando menos de un metro se dijo a sí mismo la frase que hasta hoy a sus veinte años mediocremente pregona: Mañana lo haré.
PD:
Por todos los que no llegamos ni al intento y ya hemos fracasado... Shaggy, Gallo, Morris y yo. Moto, tú no, ya la cagaste.